En las noches sin sueño; en esa hora
de la rauda memoria
que precede al olvido
pasan por mi cabeza
─como ante la pantalla de un cine desbocado─
escenas gestos voces alegrías,
persecuciones, himnos;
pero de entre las cosas
que vuelven desde el fondo
sin límites del alma
asoman su contorno y surgen
las extrañas habitaciones
en las que yo he vivido.
A veces me contemplan los sillones
de la casa del padre y me preguntan
por mis zapatos nuevos
por aquella pelota que un día me quitaron
por el perro que murió.
También me observan
los espejos recordando mi rostro
cubierto de jabón: me saludan
y me encuentran más viejo.
Una silla otras veces
salta desde el rincón más alejado
de aquel cuarto que fue
mi residencia de estudiante
y desde allí me grita
me canta las virtudes de aquel vino
repite mis lecciones de memoria
y me despierta con una campana.
También llega un pasillo
que me conduce de la mano
hasta el cuarto encalado
de mis veranos libres:
me encierra allí y aguarda
la bienvenida del ropero;
y escucha ─agazapado tras la puerta─
nuestras conversaciones
hablando de la caza y de los higos
o de aquella camisa de soldado
que todavía guarda.
Están después aquellas
otras habitaciones silenciosas
que no preguntan nada; mas me miran
reprochando algo feo
que debió suceder y no recuerdo
y lanzan sus lavabos
como una acusación disparatada
dirigiéndome sordos
ruidos con sus desagües pecadores
para llamarme al arrepentimiento.
Así en las altas noches
me cercan y preguntan
estas habitaciones de mi vida
estos cuartos sus muebles sus dinteles
y en un agobio de percheros
de alfombras y de libros olvidados
me recuerdan el tiempo
que dejé como un trapo.
hecho jirones entre sus paredes.
José Agustín Goytisolo