Iowa river

/ 27 enero 2022 /

 


 El río duerme en su cauce de hielo
como si esperara el Juicio Final

Si tuviera que volver a mi casa
¿a dónde volvería?

El cementerio está cubierto de nieve

Apenas sobresalen las lápidas
como si todavía los muertos
quisieran decirnos sus nombres

Nada fluye ni cae ahora
La eternidad ha encontrado su sitio en el mundo

 

Óscar Hahn

Ella dio su voto a Nixon

/ 23 enero 2022 /


 Se llama Katheleen y es rubia
mide cinco pies y nueve pulgadas
bien parecida treinta y cuatro años
estudió en el Colegio Presbiteriano de Akron
y se licenció en Literatura Española
por la New York University.

Allí conoció a Ted se casaron pronto
tienen un niño y una niña
viven en Long Island en una linda casa
el marido es un brillante ingeniero
que corta el césped y practica yoga
y ella trabaja para una editorial.

Ama la libertad pero dentro de un orden
opina que los negros no están aún maduros
asiste a los oficios regularmente
recibe a sus amigas los viernes por la tarde
y los martes almuerza
con su Ted en el Rotary Club.

Hace seis días que llegaron a Europa
pues en París se celebra un congreso de Acústica
y mientras él ultimaba su ponencia Katheleen partió hacia el Sur
quedando en encontrarse en Málaga los dos
cuando se terminaran las sesiones.

Hoy ella ha amanecido en un cuarto de hotel
junto a un extraño hombre flaquito
y mientras busca un Alka-Seltzer
piensa que por la tarde llega Ted
y que el psiquiatra de vuelta en Nueva York
ya aclarará todo este asunto.

 

José Agustín Goytisolo

Cuarenta y dos

/ 17 enero 2022 /


  Soneto XLII 

INCREDULIDAD Y FÉ


Sed de Dios tiene mi alma, de Dios vivo:
conviértemela, Cristo, en limpio aljibe
que la graciosa lluvia en sí recibe
de la fé. Me contento si pasivo

una gotica de sus aguas libo
aunque en el mar de hundirme se me prive
pues quien mi rostro ve —dice— no vive
y en esa gota mi salud estribo.

Hiéreme frente y pecho el sol desnudo
del terrible saber que sed no muda;
no bebo agua de vida, pero sudo.


y me amarga el sudor, el de la duda,
sácame, Cristo, este espíritu mudo,
creo, tú á mi incredulidad ayuda.

 

Miguel de Unamuno

***

Soneto XLII

Mil veces callo, que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.

Anda cual velocísimo correo
por dentro el alma el suelto pensamiento,
con alto, y de dolor, lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.

No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura.

Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.

Francisco de Aldana

***

Soneto XLII

Blanco marfil en ébano entallado,
Suave voz indignamente oída,
Dulce mirar (por el que larga herida
Traigo en el corazón) mal ocupado;

Blanco pie por ajeno pie guiado,
Oreja sorda a remediar mi vida,
Y atenta al son de la razón perdida,
Lado (no sé por qué) junta a tal lado;

Raras, altas venturas, ¿no me diera
La fortuna cortés gozar una hora
Del alto bien, que desde vos reparte?

¿O el sol, que cuanto mira, orna y colora,
No me faltara aquí, por que no viera
Un sol más claro en tan obscura parte?

Francisco de Figueroa

***

Soneto XLII

Radiantes días balanceados por el agua marina,
concentrados como el interior de una piedra amarilla
cuyo esplendor de miel no derribó el desorden:
preservó su pureza de rectángulo.
 
Crepita, sí, la hora como fuego o abejas
y es verde la tarea de sumergirse en hojas,
hasta que hacia la altura es el follaje
un mundo centelleante que se apaga y susurra.
 
Sed del fuego, abrasadora multitud del estío
que construye un Edén con unas cuantas hojas,
porque la tierra de rostro oscuro no quiere sufrimientos
 
sino frescura o fuego, agua o pan para todos,
y nada debería dividir a los hombres
sino el sol o la noche, la luna o las espigas.

Pablo Neruda


***

Soneto XLII


Mueran contigo, Laura, pues moriste,
los afectos, que en vano te desean,
los ojos, a quien privas, de que vean
la hermosa luz, que a un tiempo concediste.

Muera mi Lira infausta, en que influiste
ecos, que lamentables te vocean,
y, hasta estos rasgos mal formados, sean
lágrimas negras de mi pluma triste.

Muévase a compasión la misma muerte,
que precisa no pudo perdonarte,
y lamentó el amor su amarga suerte.

Pues si antes, ambicioso de gozarte,
deseó tener ojos para verte
ya le sirvieran sólo de llorarte.

Sor Juana Inés de la Cruz


***

Soneto XLII

No duele tanto que la hicieras tuya,
si bien es cierto que la quise mucho;
la pérdida es más íntima y aguda
sabiendo que además tú fuiste suyo.
Así os excusaré, falsos amantes:
la amaste sólo porque yo la amaba
y ella porque me amaba dio su parte,
buscando que, al tenerte, la aprobara.
Si yo te pierdo a ti, te gana ella,
y si la pierdo a ella, ganas tú;
y cuando os encontréis, seré el que pierda
y cargue, por mi bien, con vuestra cruz.
Mas yo y mi amigo somos uno; así
aunque ella lo ame, me está amando a mí.


Williams Shakespeare


***

 Rima XLII


Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor.... Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias.

    Gustavo Adolfo Bécquer

Dos sonetos de Pedro Prado

/ 10 enero 2022 /


  SONETO I

Tanto conozco esta ciudad pequeña,
su mar, su caserío, su laguna,
que el corazón la mira y la desdeña;
no encuentra en ella novedad alguna.

Y una vez en mi vida, sólo en una
—tanto el amor la eternidad enseña—
noche de niebla azul, anhelo y luna,
el alma vi de mi ciudad que sueña.

La más bella y amada compañía,
con la luna y la niebla evanescente,
otra ciudad me dieron, diferente:

toda calle del mundo se salía;
seguí por ellas, sin saber qué hacía;
por ellas sigo indefinidamente...


  SONETO XLII

De qué mundo ignorado habré venido,
qué lenguaje es el mío tan arcano,
que si a alguien tiendo con amor la mano,
ignora lo que ofrezco o lo que pido.

Me sé distinto de mortal nacido:
niño o zagal, maduro ya o anciano,
no encuentro al alternar, y busco en vano
¡y entre tantos! a alguno parecido.

Sonriendo miran como quien indaga,
sin comprender jamás lo que yo quiero,
y con tal inconsciencia se me paga

que alejarme, por último, prefiero.
No hay cosa mía que a alguien satisfaga;
me siento entre los hombres extranjero!

Pedro Prado 

(de Esta bella ciudad envenenada, 1945)

 

 

 

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