No he de salir de esta ciudad.
Aquí resonarán mis pasos
como el péndulo de un reloj.
Tejer y destejer las manos y los brazos.
Sigo un horario fijo. Oigo mi propia voz.
Maldigo este destino
insignificante y atroz.
Alfonso Costafreda
No he de salir de esta ciudad.
Aquí resonarán mis pasos
como el péndulo de un reloj.
Tejer y destejer las manos y los brazos.
Sigo un horario fijo. Oigo mi propia voz.
Maldigo este destino
insignificante y atroz.
Alfonso Costafreda
Mi deseo es silencio y calma
No me digas “era” o “será”
No me hables del ayer
Y no te vayas al mañana
Este instante es mío
No tiene ni antes, ni después
El tiempo limitado mío no tiene
Ningún sentido
El ayer se ha desvanecido
Con sus ecos y sus sombras
El mañana desconocido
Se extiende lejos y no se revela
Tal vez fue lo que ha dibujado
La mano de mis sueños
Y tus sueños en él…
Tal vez fue sólo lo que esperamos
Este instante, nada más que él
Una flor que ha florecido
Entre nuestras manos
Sin frutas, ni raíces
Una flor maravillosa
Mantengámosla antes de que se marchite
Oh mi amor
Bendito sea nuestro instante
Fadwa Tuqan
Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
Tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.
Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.
Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo; ceniza.
Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.
José Angel Valente
En su vocabulario no había árboles
ni flores...
En su vocabulario no había pájaros.
Sólo sabía lo que le habían enseñado:
matar a los pájaros,
y mató a los pájaros,
odiar a la luna,
y odió a la luna,
tener un corazón de piedra,
y tuvo un corazón de piedra,
a gritar: "¡Viva lo que sea!"
"¡Abajo lo que sea!"
"¡Muera lo que sea!".
En su vocabulario no había árboles,
en su vocabulario no había
tú ni yo
porque él debía matarnos
a ti y a mí.
Sólo sabía lo que
le habían enseñado:
matarnos a ti y a mí.
Muin Basisu
No culpéis a nadie del derrumbamiento del hombre.
La entrega estéril de la palabra, don
de los antros, cuando la noche, la helada, labra
un fuego venusiano, y el sol, un ser de nieblas,
desfallece. Este sorbo, sorbo de nada, encendidos
labios, piedra de púrpura, la semilla
más secreta del hombre, porque no se precisan armas
para vencer al hombre: ya los relámpagos son un signo de ello.
Escuetos, afilados
dicen el vil secreto, la cobardía,
el deseo bastardo, emblemas, yugos inmemoriales
de abyección. Cabelleras, vanas al viento, arrebatadas
por la corriente de la nieve núbil de un cuerpo,
fuego de hogueras
que adorna la claridad. ¿Eres inmortal tú, ahora,
irrisión de la carne, tú, que tal vez has satisfecho
a la servil pasión? Sí, mucho necesita el hombre
para abarcar la extensión de su deseo, y su
deseo es la nada. El escudo oscuro de la luna,
el escudo lívido del sol ¿qué astro oscultan?
¿Qué olas, qué ignición
de espacios lejanos? Por los roquedales
se tambalea esta claridad lúgubre,
rescate hostil de la carne escarnecida,
picos, remos de oro sometido, despojos
de un jirón. Si el gozo, funesto,
de una más lóbrega sima extrajera la luz y,
con los ojos cerrados,
la nostalgia, la carcelera ciega del sentido,
hiciese del pecho la saeta, el aciago solar! Porque el viento
no necesita sentir el peso del viento cuando, vivo, tiembla
en los gallardetes, los pasos del viento de primavera.
Así el hombre. No se dice su nombre: primavera.
Y lo es. ¿Quién dice el nombre? ¿Qué labios -¿son mortales?
dicen la noche?
¿Qué ojos
ven la noche? ¿Qué ojos son la noche?
Pere Gimferrer
AGOST
No feu culpable ningú de la desfera del l'home.
El lliurament estèril de la paraula, do
dels antres, quan la nit, la glaçada, conrea
un foc venusià, i el sol, ésser de boires
defalleix. Aquest glop, glop de no-res, encesos
més secreta de l'home, perquè no calen armes
per vèncer l'home: ja els llampecs en són un signe. Escardalens,
diuen el vil secret, la covardia,
el bord desig, emblemes, jous immemorials
d'abjecció. Crineres, vanes al vent, portades
pel corrent de la neu núbil d'un cos, cremadissa
que guarneix la claror. ¿Ets inmortal tu, ara,
riota de la carn, tu, que potser has guarit
la servil passió? Sí, li cal molt a l'home
per abastar l'amplària del seu desig, i el seu
desig és el no-res. L'escut fosc de la lluna,
l'escut lívid del sol, quin astre amaguen?
¿Quines ones, quina ignició
d'espays lluyans? Pels roquissars
trontolla aquesta claror lúgubre,
rescat hostil d'or sotmès, despulles
d'un esquinçall. Si la joia, funesta,
d'un mes llòbrec avenc poués la llum, i, ulls clucs,
l'enyor, l'escarceller cec del sentir,
fes del pit la sageta, el dissortat casal! Perquè, al vent,
no li cal sentir el pes del vent, quan, viu, tremola
als gallardets, els passos del vent de primavera.
Així l'home. No es diu el sue nom: primavera.
I ho és. Qui diu el nom? Quins llavis —són mortals?— diuen la nit? Quins ulls
veuen la nit? Quins ulls són la nit?
Aprendí a no odiar
Durante siglos
Pero me obligaron
A blandir una flecha permanente
Delante del rostro de una pitón
A blandir una espada de fuego
Delante del rostro del Baal demente
A transformarme en el Elías
del siglo veinte
Aprendí
Durante siglos
A no proferir herejías
Hoy azoto a los dioses
Que estaban en mi corazón
Los dioses que vendieron a mi pueblo
En el siglo veinte
Aprendí
Durante siglos
A no cerrar la puerta delante de los huéspedes
Pero un día
Abrí los ojos
Y vi mis ovejas robadas
Ahorcada a la compañera de mi vida
Y en las espaldas de mi hijo
Surcos de heridas
Entonces reconocí la traición de mis huéspedes
Sembré mi umbral con minas y puñales
Y jure en nombre de las cicatrices
Que ningún huésped entraría por mi umbral
En el siglo veinte
Durante siglos
No fui más que poeta
Asiduo frecuentador de los círculos místicos
Pero me transforme
En un volcán en revuelta
¡En el siglo veinte!
Samih Al-Qasim