Se puede conocer una ciudad
paseando por sus calles, emigrando,
bebiendo en sus tabernas,
y también, por supuesto,
de otras cien mil maneras.
Yo conocí Bilbao
yendo a comprar cristales
para una empresa en la que trabajé;
y aunque después la he visto muchas veces
pienso que como entonces
no la veré jamás,
con su café de gatos y mujeres
en aquel barrio hermoso
como la muerte, y luego,
anatemas murales, niños blancos
llevados por niñeras increíbles,
luz de plomo y carbón
en los paseos,
y monjas monjas monjas
y bocadillos de jamón,
historias de un pasado tenebroso
conversaciones, niño
pórtate bien, qué leches,
sírvanos dos chiquitos paga éste,
ayer trincaron a Ramón,
ay mi chico, me matas,
sigue sigue,
y el zumbido, el martillo,
la competencia de las vagonetas,
todo rodeando aquel Bilbao absurdo
con aire medio inglés y derrotado,
ciudad para vivir, para beber,
si no le llevan los demonios, oiga,
y tanto ruido junto
para nada,
tanta muerte en la guerra
y la perdieron,
tanto placer, y sólo por diez duros.
José Agustín Goytisolo
0 comentarios:
Publicar un comentario