Soneto XLII
INCREDULIDAD Y FÉ
Sed de Dios tiene mi alma, de Dios vivo:
conviértemela, Cristo, en limpio aljibe
que la graciosa lluvia en sí recibe
de la fé. Me contento si pasivo
una gotica de sus aguas libo
aunque en el mar de hundirme se me prive
pues quien mi rostro ve —dice— no vive
y en esa gota mi salud estribo.
Hiéreme frente y pecho el sol desnudo
del terrible saber que sed no muda;
no bebo agua de vida, pero sudo.
y me amarga el sudor, el de la duda,
sácame, Cristo, este espíritu mudo,
creo, tú á mi incredulidad ayuda.
Miguel de Unamuno
***
Soneto XLII
Mil veces callo, que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.
Anda cual velocísimo correo
por dentro el alma el suelto pensamiento,
con alto, y de dolor, lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura.
Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.
Francisco de Aldana
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Soneto XLII
Blanco marfil en ébano entallado,
Suave voz indignamente oída,
Dulce mirar (por el que larga herida
Traigo en el corazón) mal ocupado;
Blanco pie por ajeno pie guiado,
Oreja sorda a remediar mi vida,
Y atenta al son de la razón perdida,
Lado (no sé por qué) junta a tal lado;
Raras, altas venturas, ¿no me diera
La fortuna cortés gozar una hora
Del alto bien, que desde vos reparte?
¿O el sol, que cuanto mira, orna y colora,
No me faltara aquí, por que no viera
Un sol más claro en tan obscura parte?
Francisco de Figueroa
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Soneto XLII
Radiantes días balanceados por el agua marina,
concentrados como el interior de una piedra amarilla
cuyo esplendor de miel no derribó el desorden:
preservó su pureza de rectángulo.
Crepita, sí, la hora como fuego o abejas
y es verde la tarea de sumergirse en hojas,
hasta que hacia la altura es el follaje
un mundo centelleante que se apaga y susurra.
Sed del fuego, abrasadora multitud del estío
que construye un Edén con unas cuantas hojas,
porque la tierra de rostro oscuro no quiere sufrimientos
sino frescura o fuego, agua o pan para todos,
y nada debería dividir a los hombres
sino el sol o la noche, la luna o las espigas.
Pablo Neruda
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Soneto XLII
Mueran contigo, Laura, pues moriste,
los afectos, que en vano te desean,
los ojos, a quien privas, de que vean
la hermosa luz, que a un tiempo concediste.
Muera mi Lira infausta, en que influiste
ecos, que lamentables te vocean,
y, hasta estos rasgos mal formados, sean
lágrimas negras de mi pluma triste.
Muévase a compasión la misma muerte,
que precisa no pudo perdonarte,
y lamentó el amor su amarga suerte.
Pues si antes, ambicioso de gozarte,
deseó tener ojos para verte
ya le sirvieran sólo de llorarte.
Sor Juana Inés de la Cruz
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Soneto XLII
No duele tanto que la hicieras tuya,
si bien es cierto que la quise mucho;
la pérdida es más íntima y aguda
sabiendo que además tú fuiste suyo.
Así os excusaré, falsos amantes:
la amaste sólo porque yo la amaba
y ella porque me amaba dio su parte,
buscando que, al tenerte, la aprobara.
Si yo te pierdo a ti, te gana ella,
y si la pierdo a ella, ganas tú;
y cuando os encontréis, seré el que pierda
y cargue, por mi bien, con vuestra cruz.
Mas yo y mi amigo somos uno; así
aunque ella lo ame, me está amando a mí.
Williams Shakespeare
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Rima XLII
Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma.
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!
Pasó la nube de dolor.... Con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias.
Gustavo Adolfo Bécquer
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