A veinte millas, en las más frías
aguas del Atlántico, miras anhelante
hacia la costa. ¿Alguna vez amaste a alguien
ahí? Sí, pero era apenas un gato, y yo,
un manatí, ¿que podía hacer? No hay recompensas
en este mundo por haberse meado la vida, aún
si implica llegar a ver icebergs olvidados
de hace décadas separándose de la masa
para nadar bajo la superficie, levantando
una montaña de vidrio desbordante antes de abalanzarse erectos
para empezar el viaje peligroso desconocido
hacia el horizonte desolado.
Ése fue el modo
En que pensaba acerca de cada día, cuando era joven; un desprenderse,
a la vez suicida e imbuido de una cierta gracia ritual.
Después, hubo tantos protagonistas
que uno se perdía un poco, como en una selva de doppelgängers.
Muchas cosas estaban aconteciendo. Y la luna, balanceándose
sobre la loma como una toronja enorme y lisa, comprendió
la importancia de cada una, y no estaba dispuesta
a facilitar la tarea de nadie, aunque la amamos.
John Ashbery
0 comentarios:
Publicar un comentario