Como el resto de ustedes
pensé en escapar.
Pero tengo este miedo a volar,
esta fobia a los puentes congestionados
y accidentes de tránsito,
a aprender un nuevo idioma.
Mi plan es una escapatoria sencilla,
una salida práctica:
empacar mis hijos en una maleta
e irnos a un nuevo destino.
Las direcciones me confunden:
No hay un bosque en esta ciudad,
tampoco un desierto.
¿Sabes de algún camino en el que perderse
que no termine
en un asentamiento de colonos?
Pensé en hacerme amiga de los animales,
de los adorables, como sustitutos
para los juguetes electrónicos de mis niños,
pero realmente quiero un lugar donde perderme.
Mis hijos crecerán,
sus preguntas se multiplicarán,
y yo no digo mentiras,
pero los maestros distorsionan mis palabras.
No soy de guardar rencores,
pero mis vecinos son muy entrometidos.
Yo no reprendo,
pero los enemigos asesinan.
Mis hijos crecen,
y nadie ha pensado todavía
en transmitir las últimas noticias de la hora,
cerrar los canales religiosos,
sellar los techos y paredes de las escuelas,
poner fin a la tortura.
No me atrevo a hablar.
Todo lo que hablo sucede.
No quiero hablar.
Preferiría desaparecer.



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