Venus en el Pudridero - Eduardo Anguita

/ 17 octubre 2011 /

¿Escucháis madurar los duraznos a la hora
del estío?
a la venida del sol, mientras un príncipe danza
en vísperas de su coronación?
Yo pienso en el gusano.
¿Oís podrirse los duraznos en el granero
al atardecer, mientras las fechas del reino
caen de los tronos
y el viento las amontona, las dispersa y olvida?
Yo pienso en el gusano.
Si veis montar el agua en la noria,
con un niño fi jamente asomado al brocal
frente a frente al abuelo,
Y se siente el beso de los amantes como una
hoja seca
que el pie del tiempo aplasta crepitando:
¿los amantes están muertos? No preguntéis son
torpeza.
Pensad en el gusano.


*   *   *


Tiempo furioso, memoria feroz.
Esa fuerza desprendida del látigo, que sigue
ondulando
cuando la mano que lo maneja ya está hecha
polvo,
el latigazo aún azota con destreza terrible y
melancólica.

¿Podemos comprender que la amada,
apenas pronunciadas las palabras del amor,
cambie, desaparezca, se destituya?

Y todavía sientes la presión del brazo,
el calor de su beso
y su boca ha expirado?

A un muerto, a un muerto se debe este mundo.

*   *   *

Tú eres mujer, tú eres hombre.
Eres el muchacho y también la doncella.
Tú, como un viejo, te apoyas en el cayado.
Eres el pájaro azul oscuro
y el verde de ojos rojos.
Tú eres aquello. Y yo soy tú.
Pero no al mismo tiempo. Por eso entro y
                salgo.

*   *   *

  Una bala disparada por un niño que te ama,
            te mata.
La droga del médico que te odia, te cura.
Es la palabra lo que me hizo vivir. ¿Es men-
            tira la droga?
(El sol alumbra para buenos y malos).
Aquel filósofo que, para probar la honestidad
            de su doctrina,
citó a Mucio Scévola, cuando, testimoniándose,
sobrepuso la mano en una llama.
“¡Imposible!”. clamaron los discípulos de
            Nietzsche, y éste,
serenamente, colocó una brasa en su palma.
El silencio palideció.

(Y si hubiera anestesiado su mano, ¿qué di-
            ríais?)

Yo sé: Venimos de la Palabra:
nuestro destino es regresar.
El canto creó al pájaro y no el pájaro al canto.
Entre las yemas recién húmedasmdel secretísi-
            mo rododendro,
un ruiseñor está volviendo a ser canto,
todo canto y solamente canto.

Veo caer al pájaro fulminado por su canción:
corteza vana, luna transitoria,
cascara de su propia luz,
envoltura que tú, gusano, puedes roer sin que
           yo te lo impida.

Volved, volved a la Palabra.
Lo demás, si hace falta,
nos será dado por añadidura.

*   *   *

¿A quién amé? ¿A tí en otro lugar?
¿O bien a otra mujer, pero aquí?
Aquella a quien beso aqui ahora,
si cambia el lugar, ¿es la misma persona?
O cambia el tiempo, ¿la persona es la misma?
O cambia el tiempo, ¿es el mismo lugar?

¡Nunca los cuatro estamos juntos!

  un kilo de algodón no pesa igual que uno
              de acero.
Tú ejemplificas lo singular.
Te expulsas. Repetirte es otra.
¡Que extraño tu retrato de hace veinte años!
lo que se vuelve a sentir
muere por primera vez.




 

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