Aprendí a no odiar
Durante siglos
Pero me obligaron
A blandir una flecha permanente
Delante del rostro de una pitón
A blandir una espada de fuego
Delante del rostro del Baal demente
A transformarme en el Elías
del siglo veinte
Aprendí
Durante siglos
A no proferir herejías
Hoy azoto a los dioses
Que estaban en mi corazón
Los dioses que vendieron a mi pueblo
En el siglo veinte
Aprendí
Durante siglos
A no cerrar la porta delante de los huéspedes
Pero un día
Abrí los ojos
Y vi mis ovejas robadas
Ahorcada a la compañera de mi vida
Y en las espaldas de mi hijo
Surcos de heridas
Entonces reconocí la traición de mis huéspedes
Sembré mi umbral con minas y puñales
Y jure en nombre de las cicatrices
Que ningún huésped entraría por mi umbral
En el siglo veinte
Durante siglos
No fui más que poeta
Asiduo frecuentador de los círculos místicos
Pero me transforme
En un volcán en revuelta
¡En el siglo veinte!
Samih Al-Qasim
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